Los pálidos del ocio,
las débiles sombras
de los guerreros pusilánimes,
los seducidos por la delgadez,
los anoréxicos.
Los indiferentes,
de piel espesa,
envueltos en sí como una oruga.
Los arbóreos,
como secoyas,
con mucho tiempo en el tronco,
sobrevivientes pausados
que saben extinguirse.
Los bien portados,
vestidos, por dentro y por fuera,
por el mall y la época:
odian el error, deambulan,
no se tropiezan;
viven a los ojos del prójimo
tan cómodos como en familia,
no tienen callo, no se reprochan;
su superficie pulida e impermeable,
su poca piedad
por lo raro y anómalo,
su repugnancia al esqueleto
[equivocado
del inválido,
a la mala fortuna,
los protege;
de niños prueban lo correcto
y se quedan
como quien sube a una escalera
[eléctrica
y juega a las estatuas de marfil
[de la conducta.
Los nerviosos,
que tienen tics y parpadean,
extranjeros
a ambos lados de su piel;
agitados por un sismo de decisiones;
tiemblan sin moverse
en un nudo de energías
contradictorias.
Los abúlicos
que desfallecen
en la palidez de un deseo.
Los imperceptibles por pobres,
gente de poco ruido,
les llama Santa Teresa;
en las noches
sueñan con fogatas
sedentarias,
que recojan los rescoldos
de fogatas antiguas.
De la intemperie
y la mudanza,
de penar en las sobras,
viven,
de recoger las ramas,
de calentarse
alrededor
de la pequeña fogata
fugitiva.
En las noches encienden
fogatas apenas perceptibles,
en las mañanas son expertos
en el arte de esfumar las cenizas.
Los tardíos,
que no alcanzan lo nuevo,
porque siembran en temporal
y dependen de la lluvia
que hace lo que quiere
más que de los surcos y los bueyes.
Los insomnes de a pie,
los trasnochadores de esquina,
que en vez de estar dormidos,
reponiéndose,
para amanecer en la vigilia
del trabajo,
están junto a los postes
desvelados,
jugándose
el día siguiente,
erguidos en el insomnio
hasta que los vence el cansancio
y, a tientas,
se meten en sueños y pesadillas,
en pesadillas más que en sueños,
que los despiertan
más insomnes que nunca,
desarreglados y mal dispuestos
y chupan faros,
como los otros.
Los fumadores,
adoradores del humo
que pasa por los pulmones.
Los sobrevivientes,
clavados,
por ahora,
en esta enumeración
que no termina.
Las lavanderas…
los orientales…
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